En 1978 Madonna Louise Ciccone llegó a Nueva York con sólo 37 dólares en el bolsillo. Fue su primer viaje en avión y su primer viaje en taxi, pero estaba decidida a hacer carrera. Como las grandes divas, se presentó desde el primer momento apenas con su nombre de pila. Desde entonces se reinventó muchas veces, pero esta es la primera vez que vuelve de la muerte.
“Me di cuenta de lo afortunada que soy de estar viva”. El mensaje tiene sólo dos semanas, la fecha de la última reinvención de Madonna, una impensada hasta hace poco, cuando parecía tener la fórmula de la eterna juventud y una energía inagotable para seguir bailando como en sus comienzos. Pero la infección bacterianaque la llevó a ser hospitalizada en terapia intensiva el 24 de junio último puso todo en suspenso, incluso la esperada gira global Celebration, una retrospectiva de sus cuatro décadas de reinado en la música pop.
La noticia alarmó a sus fans en todo el mundo el 28 de junio, cuando su manager histórico, Guy Oseary, compartió un comunicado donde informaba sobre la grave infección de la diva, que la había obligado a permanecer varios días en una unidad de cuidados intensivos. Unos días antes Madonna se había desvanecido en su casa tras varias semanas con fiebre y vómitos. Como estaba en medio de los ensayos para el tour que debió haber comenzado en Vancouver a mediados de julio, dejó pasar los síntomas. Tuvo suerte de salvarse.
Ya fuera de peligro, agradeció a sus amigos y muy especialmente a sus seis hijos.Fueron “la mejor medicina”, aseguró, y dijo que cuando todo parecía estar mal, los chicos mostraron un costado desconocido y se convirtieron en su apoyo incondicional: “Nunca los había visto así”, aseguró. Enfocada en su salud, pudo mostrarse recuperada junto a tres de sus hijas –Stella (17), Estere y Mercy (10); tiene también a Lourdes (26), Rocco (23) y David Banda (17)– en el último concierto de Beyoncé en Nueva York. Queen B le dedicó esa noche un homenaje durante su show: en las pantallas de video gigantes se leía “reina madre Madonna”. Acababa de nacer de nuevo y no era la primera vez.
Quizá en estos días de incertidumbre afiebrada, forzada a un limbo de quietud tan ajeno a ella, la renacida reina madre repasó otra vez su trayectoria y se reencontró con esa que fue antes de los más de 300 millones de discos que la convirtieron en la artista femenina más vendida y mejor paga de todos los tiempos, antes de ser la solista que más recaudó en sus giras, antes de batir todos los récords de singles en el puesto número uno de las carteleras. Esa que fue antes de ser nombrada la mujer más importante de la música y de la historia de los videoclips, antes de entrar al Hall de la Fama y de ser coronada como la soberana indiscutida del pop. Antes de que se escribieran cientos de papers sobre su figura y de que le dedicaran cátedras académicas. Antes de que el mundo entero conociera a la cantante, compositora, actriz y bailarina como esa artista camaleónica, capaz de reinventarse siempre y de volver hasta de la muerte.
Madonna Louise Ciccone tenía apenas 37 dólares en el bolsillo y un sueño; una valija y las zapatillas de ballet cuando se inventó a sí misma por primera vez. Era julio de 1978, faltaba un mes para que cumpliera 20 años y aunque era una total desconocida, ya se presentaba en todas partes con ese único nombre, como las grandes divas. Pese a la isla de calor y cemento de aquel verano neoyorquino, estaba vestida con un largo abrigo de invierno.
La leyenda, que ella relataría desde entonces infinidad de veces, dice que ese viaje desde Michigan a Nueva York fue su primer vuelo en avión, y que el que hizo desde el aeropuerto de La Guardia a Manhattan fue su primer viaje en taxi: “No sabía a dónde ir, y le pedí al taxista que me llevara al centro de todo, así que me llevó a Times Square”. Llegar a la esquina más icónica del planeta le costó la mitad de la plata que tenía, pero no le importó. Fue amor a primera vista.