La nadadora agradece la fe en Dios que ha cultivado gracias a lo aprendido en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
La nadadora Alejandra Aybar, junto al también nadador Patricio López, llevarán la bandera dominicana el 24 de septiembre, durante el desfile de ceremonia de apertura de los Juegos Paralímpicos Tokio 2020.
Alejandra, fiel miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, afirma: “Soñar, pensar que puedo, trabajar duro y confiar en Dios, esa es la historia de mi vida”.
La participación en Tokio será la primera experiencia de la atleta en unos juegos paralímpicos, luego de que se convirtiera en la primera y única medallista de la natación dominicana en alzarse con medalla de plata en los 100 metros pecho SB6 de los Juegos Parapanamericanos Lima 2019. Luego ganó dos medallas de plata en la Serie Mundial IDM Berlín 2021, en los 50 y en los 100 metros pecho SB6.
Aybar competirá en Tokio en los 100 metros pecho categoría SB6, 50 metros libre categoría S8 y los 100 metros mariposa categoría S8. Al preguntársele sobre sus aspiraciones en esta ocasión dice: “Competir en finales; y entonces que, en la final, luego de dar mi máximo esfuerzo, el resultado sea la voluntad de Dios”.
La destacada nadadora dominicana, nativa de Azua, participó en los campeonatos mundiales México 2017 y Londres 2019, en múltiples series mundiales y otros eventos en los que ha ganado muchas medallas, que según afirma no le gusta contabilizar ni mostrar, “porque es mi oración que mis méritos nunca me envanezcan, más bien que el Señor me permita impactar a otros a través de mis experiencias”.
Alejandra Aybar fue diagnosticada a temprana edad con osteogénesis imperfecta, condición genética caracterizada por huesos frágiles que se fracturan con mucha facilidad. Fruto de las incontables fracturas en sus primeros diez años, pasó mucho tiempo sin poder caminar y es por esto que practicar un deporte nunca fue visto como una opción para ella.
En el 2015, Aybar llegó a una escuela de natación por recomendación médica tras una lesión en la rodilla, intentando inscribirse en clases grupales, pero su solicitud fue rechazada con el argumento de que ella atrasaría el desarrollo de los demás, recibiendo por oferta las terapias acuáticas que disponían esa escuela para las personas con discapacidad.
Cansada del rechazo, reclamó insistentemente el espacio que merecía como cualquier otra persona, hasta que la me admitieron en las clases grupales. Sin embargo, durante las prácticas la marginaban, la dejaban de última y eso no le permitía aprender. Sintiéndose estancada y frustrada, agregó más horas a su entrenamiento, buscó nuevas clases y encontró un espacio inclusivo, con un profesor que creyó en ella, con compañeras que le hacían sentir igual y que no veía su discapacidad. “Allí fue el primer lugar donde yo existí sin el bastón y eso me hizo sentir esperanza”, comenta.
Siete meses después, empezó a practicar todos los días con un equipo convencional, a entrenar para competir, pasando de dos a alrededor de veinticinco horas por semana, a entrenar días feriados, fines de semana y a veces hasta a las 11 de la noche. A mediados del 2018 empezó a evolucionar, concretándose la formación de una nueva atleta de la natación que pondría en alto el nombre de la República Dominicana.
“Al primer contacto con el agua, yo sentí cómo mis extremidades recobraban vida dentro de la piscina. Sentí sensaciones que yo no conocía y movimientos que nunca fui capaz de hacer fuera del agua”, dice emocionada la nadadora dominicana, quien asegura que con cada experiencia en el agua, no solo fortalecía su cuerpo, sino también su espíritu.
“A través de la discapacidad es más lo que he ganado que lo que he perdido”
Alejandra Aybar cuenta que de niña quería volar y que, a los seis años, en vez de recibir una bicicleta o unos patines, recibió un bastón a la medida, el que intercambiaría de vez en cuando con un andador, siendo estos sus inseparables compañeros de vida.
Por los largos procesos de curación de sus fracturas, fue alfabetizada en el hogar y no es hasta los ocho años que pudo integrarse a la escuela. Pero a esa misma edad, también se inicia otro camino en su vida, el del Evangelio de Jesucristo, al recibir el bautismo en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
“El evangelio es y fue lo que me ayudó en mis años de niñez y adolescencia a continuar a pesar de todos los desafíos físicos y temporales que tuve que enfrentar. También me ha ayudado a ser más agradecida. Creo que la natación es el medio que papá Dios utiliza para demostrarme que valió la pena haber luchado tanto y para manifestarme su grandeza” enfatiza.
Por caminar con bastón o andador, por sus deformidades óseas y hasta por su estatura fue burlada, rechazada y discriminada. Esto le causaba tanta tristeza que en muchos momentos de su vida llegó a sentir que no podía más y se sumía en un aislamiento, provocado a veces por la propia discriminación, otras por el amor de su familia y en muchas ocasiones por decisión propia como equivocada medida de protección.
Un nuevo desafió llegó a su vida tras ganar peso y con ello empezar a deformarse más sus huesos. Un día realizando caminatas por recomendación médica, tuvo una caída que le provocó fracturas más serias que las que había tenido de niña, una en la cadera derecha, dos en el fémur y una lesión en la rodilla. Varias cirugías y ocho meses en cama, sin poder moverse ni comer por sí sola, fueron el resultado.
“No solo se rompieron varios de mis huesos, sino que mi vida, literalmente, se detuvo, no comía, no dormía, no quería ver a nadie, no quería hablar con nadie” y confiesa que en ocasiones llegó a hacer lo que muchos hacen, preguntarse: “¿Por qué a mí? ¿Por qué debía pasar nuevamente por eso?”.
A pesar de todo ello concluyó el bachillerato a los 17 años y el 2009 emigró sola a Santo Domingo, cargando con la preocupación de quienes le apreciaban y conocían, temerosos por su vulnerabilidad, pero además muy ilusionada con la idea de continuar sus estudios para ayudar a su madre y a sus hermanos, entre los que había uno que padecía su misma condición.
La imposición de límites de la sociedad le perseguía, en los años de universidad llegaron “los no puedes hacer esto o aquello, o los porqué no estudias algo más sencillo”. A pesar de ello “La todo terreno”, como le decían sus compañeros de estudios por su diestro manejo del andador, se graduó de Ingeniería Industrial cuatro años más tarde.
“Los planes de Dios son mejores que los míos”
Para Alejandra Aybar los límites pueden hacer dos cosas, detenernos o ayudarnos a ser creativos. “O me quedaba llorando o me redefinía”. Entiende que si un plan no funciona hay que cambiar el plan, pero nunca cambiar la meta. La natación para ella fue ese cambio de planes que le dio motivo a sus días y cambió su perspectiva de la vida. “Me dio ganas, me dio amigos, me dio una familia, pero lo más importante, me dio positividad. Confié en que los planes de Dios son mejores que los míos”.
Como santo de los últimos días, la oración diaria de Alejandra es: “Y si los hombres vienen a mi les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (El Libro de Mormón, Éter 12:27).
Fuente: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días