Rafa Nadal, 12 Roland Garros y una leyenda. El español conquista su duodécimo título en París al imponerse a Dominic Thiem por 6-3, 5-7, 6-1 y 6-1. Es su décimo octavo Grand Slam, a sólo dos de Federer
LA RAZÓN- Doce finales y doce títulos. Rafael Nadal Parera culminó ante Dominic Thiem otra obra maestra en París y levantó su duodécima Copa de los Mosqueteros al imponerse en la final por 6-3, 5-7, 6-1 y 6-1 en tres horas y un minuto. Ante el que está llamado a heredar su trono en la tierra batida, Nadal demostró que el reinado que comenzó en 2005 sigue vigente. Y lo que queda. La victoria es diferente a las anteriores. Única y especial por todo lo que sucedió antes del torneo. Por los problemas físicos antes de la gira europea en arcilla roja y las dudas que generaron; por las derrotas que llegaron en lugares como Montecarlo, Barcelona y Madrid… Pero el mejor jugador de la Historia en tierra reapareció en París. Un cuadro amable y el tenis de sus mejores días hicieron el resto. Es el décimo octavo Grand Slam de Rafa con lo que la pelea con Y el décimo octavo Grande supone que Rafa mire los 20 de Federer más cerca que nunca.
Nadal y Thiem inventaron durante el primer set un nuevo deporte. No fue tenis, fue tenis extremo. ¡Qué manera de golpear! ¡Qué capacidad para devolver golpes imposibles! Cada raquetazo resultaba elegantemente violento. La bola llevaba dinamita, pero la capacidad defensiva de ambos derivó en un duelo asfixiante, agotador. El austriaco estaba por cuarto día seguido en pista, pero dio igual. Nadal se encontró con una resistencia encomiable. Funcionó la derecha, el revés, movió a Thiem de lado a lado, subió a la red con puntos bien trabajados… Pero el austriaco se defendió tan bien que se adelantó en el quinto juego al aprovechar su primera bola de break. Ahí comprobó qué no debía hacer si quería tener opciones. Se desenchufó un minuto, fue cosa de unos segundos y Rafa ya estaba con 0-40. Nadal neutralizó la ruptura de inmediato y en su siguiente saque sufrió como él sólo sabe para mantenerlo. Después de once minutos de pelea, volvió a llevar el mando y lo ratificó con otro break. Era lo de siempre. La capacidad de sufrimiento, la fortaleza mental… Lo que le convierte en un jugador único le permitió sumar el primer set ante un Thiem casi perfecto.
Ceder la primera manga suponía para el centroeuropeo tener que subir el Everest sin oxígeno y sin atascos. Durante muchos juegos fue capaz de sobrevivir al límite. Mientras Nadal resolvía sus juegos como si estuviera en primera ronda, Thiem pasaba todo tipo de penalidades. Rafa era un muro. Lo devolvía todo y el servicio le funcionaba con una autoridad propia de un cañonero. Sumó 16 puntos seguidos con su saque, pero el austriaco supo manejarse con frialdad. Siguió a lo suyo y empató la final con un break.
A Nadal no le alteró que la final volviera a empezar. Se sentó en la silla, un trago a cada una de sus botellas y se reseteó. En el arranque del tercer set fue un huracán. Dos breaks, doce de los trece primeros puntos fueron suyos y Thiem empezó a cometer errores como no había hecho en todo el partido. Nadal puso el modo tortura para el rival. Y si a eso se le añade el bajón del número cuatro del mundo… Juegos en blanco, pareció hasta fácil. Y así lo confirmaban los números del tercer parcial: 0 puntos al resto de Thiem; 3 breaks de Rafa, 10 golpes ganadores, 2 errores no forzados… Como si enfrente no estuviera el jugador de los dos primeros sets.
Y la culpa del bajón del austriaco fue la capacidad de Nadal para marcar un ritmo que nadie puede seguir, su extraordinario instinto de supervivencia y el desgaste que supone ver cómo no desconecta nunca. Porque Thiem dispuso de tres bolas de break en los dos primeros saques de Rafa en el cuarto set. No fue capaz de aprovecharlas y el español encarriló definitivamente la final. Thiem estuvo más cerca que el año pasado, pero sigue lejos. El rey en París sigue siendo Nadal.