La segunda investidura de Donald J. Trump como presidente de los Estados Unidos estuvo rodeada de un ambiente de incertidumbre y cambios inesperados, reflejando el impacto que su liderazgo ha tenido en el país y en la política global. Desde la alteración de la sede del evento en el último momento hasta las lujosas galas y bailes que acompañaron la celebración, la ceremonia fue tan impredecible como el propio mandatario.
Con una recaudación de 170 millones de dólares en donaciones de figuras públicas y ciudadanos anónimos, la toma de posesión de Trump reflejó el poder y la polarización que ha generado en la nación. Sin embargo, entre la pompa y la controversia, el acto central de la ceremonia siguió siendo el mismo desde la fundación del país: la recitación del juramento presidencial.
Un requisito establecido en la Constitución de 1787 exige que cada nuevo mandatario jure solemnemente “preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos”. Este juramento, la única promesa textual del documento fundacional, ha sido pronunciado por cada presidente desde George Washington. Aunque en su momento algunos delegados de la convención constitucional dudaron de su utilidad, la realidad ha demostrado que es un recordatorio del compromiso con el estado de derecho en tiempos de incertidumbre.
Trump, sin embargo, representa en sí mismo un símbolo de cambio. Desde su primera administración, ha transformado la política estadounidense de manera radical, desafiando el consenso bipartidista en temas como el libre comercio, la independencia del Departamento de Justicia y los acuerdos de defensa con los aliados de la OTAN. Su influencia ha sido tan disruptiva que algunos lo consideran el líder más influyente desde Franklin Delano Roosevelt.
Ahora, con un segundo mandato en marcha, el mundo observa con atención los próximos movimientos de Trump y las consecuencias que estos tendrán para la democracia estadounidense y la política global.
