Por: Francisco Álvarez Martínez
En la República Dominicana, al igual que en gran parte de la región, hemos estado sufriendo una preocupante degradación del entorno político. Muchos acertadamente culpan a la desideologización del sistema de partidos y a la simplificación de propuestas, privilegiando lo cosméticamente viable sobre soluciones verdaderamente efectivas.
Las etiquetas ideológicas de los partidos se han convertido solo en información de formulario, poco influyentes en la actitud o acciones de sus miembros. Los últimos filósofos políticos como José Francisco Peña Gómez (socialdemócrata), Juan Bosch (progresista, demócrata) y Joaquín Balaguer (conservador), ahora son herramientas utilizadas casuísticamente para extraer beneficios populistas en elecciones.
La política de antes, que incluía debates profundos y contraste de ideas con consecuencias electorales, ha dado paso a un marketing político que junto a lo que queda de la “prensa”, trata a los partidos como empresas orientadas a satisfacer a sus “clientes”, los votantes, basándose en encuestas de opinión pública, y no en las necesidades reales. La política es, ahora, un concurso de simpatía.
Una de las consecuencias de lo anterior es el transfuguismo. Hemos visto cómo los partidos se “roban” militantes y candidatos en busca de impacto mediático, lo que refleja una normalización del desacoplamiento ideológico.
Los políticos que abandonan su carrera, a veces tras décadas de servicio, crean una realidad donde la coherencia y la estabilidad son sacrificadas en favor de la volatilidad política.
Es preocupante ver cómo políticos previamente críticos se unen a aquellos a quienes antes condenaban. El cambio frecuente de colores, banderas y discursos sin justificaciones claras evidencia la verdadera naturaleza de estas decisiones.
Ahora, al borde de una crisis política significativa, debemos reflexionar sobre el futuro político y social de nuestro país.
Los votantes, como árbitros de la conducta política, enfrentan un dilema: El voto, que debería ser reflexivo y juicioso, ha perdido su valor ante la inflación del oportunismo político, lo que amenaza la legitimidad del gobierno y debilita el sistema de partidos, poniendo en riesgo los avances logrados durante más de 50 años.
Ante la evidente permanencia del oficialismo en la mayoría de los puestos electivos, es crucial enfocarnos en la labor de fiscalización social y ciudadana. Así, podemos acercarnos al país que deseamos, asegurándonos de tener gobernantes, sin importar su partido, conscientes de la responsabilidad pública que asumen.