Ungido por Hugo Chávez, Nicolás Maduro ha gobernado Venezuela con mano de hierro por más de una década. Acusado de violar derechos humanos, insiste en mostrarse una imagen de hombre común, de “presidente obrero”.
Alto, con un espeso bigote que luce con orgullo, Maduro, de 61 años, buscará el 28 de julio un tercer mandato de seis años, con el que espera callar de una vez por todas a quienes lo tacharon de “bruto” y lo subestimaron por su pasado como conductor de autobús y dirigente sindical.
El partido de gobierno formalizó este sábado la candidatura del mandatario por “aclamación”.
Maduro explota los estereotipos de “hombre de pueblo”, de “presidente obrero”, como se hace llamar, para su beneficio político, masacrando palabras en inglés y evocando un pasado sencillo en largas veladas televisadas junto a Cilia Flores, su esposa, su “primera combatiente”, dirigente muy poderosa tras bastidores.
Formado en Cuba, la cultura de Maduro, que fue canciller y vicepresidente de Chávez (1999-2013), va mucho más allá del volante del bus que condujo en su juventud.
– “¡Indestructible!” –
Maduro fue designado por Chávez como su heredero el 9 de diciembre de 2012, antes de que el comandante viajara a Cuba para continuar un tratamiento contra el cáncer, una enfermedad que lo llevó a la muerte tres meses después. Su “opinión firme, plena como la luna llena” era que su entonces vicepresidente le sucediera.
Erróneamente subestimado desde todos los flancos, Maduro neutralizó resistencias en el gobernante Partido Socialista de Venezuela (PSUV) y aplastó a la oposición para bloquear toda amenaza a su poder, como la candidatura presidencial de la liberal María Corina Machado, inhabilitada por 15 años para ejercer cargos públicos.
Masivas manifestaciones contra su gobierno en 2017 fueron duramente reprimidas por militares y policías, lo que derivó en una investigación de la Corte Internacional de Justicia por violaciones a los derechos humanos.
Supo también maniobrar entre una metralla de sanciones internacionales tras su reelección en 2018, boicoteada por la oposición y desconocida por medio centenar de países.
Sobrevivió además a una crisis económica sin precedentes en esta nación de casi 30 millones de habitantes, con un PIB que se redujo en 80% e hiperinflación.
Escándalos de corrupción, supuestos atentados… y Maduro sigue en la silla presidencial, “indestructible”, como reza el eslogan del dibujo animado de propaganda “Súper Bigote”, que lo muestra en la TV estatal como un superhéroe que combate monstruos y villanos de Estados Unidos y la oposición.
– “Realpolitik” –
Maduro no tiene el carisma de Chávez, aunque lo emula con discursos de horas en los que mezcla asuntos políticos duros, beligerantes, con chistes y anécdotas personales.
Ostenta con firmeza el poder con el apoyo de la Fuerza Armada y los cuerpos de seguridad, entre denuncias de detenciones arbitrarias, juicios amañados, tortura y censura.
“Chávez era competitivo electoralmente, tenía la simpatía de una parte importante de la población, independientemente de sus errores”, comentó a la AFP Benigno Alarcón, profesor de la Universidad Católica Andrés Bello. “Podía darse el lujo de llamar a elecciones”, mientras que Maduro, sostiene, las evita porque “sabe que no las puede ganar”.
“¡No volverán más nunca!”, repite el mandatario con frecuencia en referencia a la “ultraderecha”, en la que ubica a todos los opositores, a los que tacha de lacayos del “imperio estadounidense” y responsabiliza de todos los males.
Más allá de lo retórico, ha sabido hacer “realpolitik”: recortó el gasto público, eliminó aranceles para impulsar importaciones que acabaran con el desabastecimiento y permitió el uso informal del dólar, que hoy reina en un país donde tiendas y restaurantes de lujo reaparecieron, aunque solo para el disfrute de unos pocos.
“Es el capitalismo más desigual de América Latina”, dice Rodrigo Cabezas, exministro de Finanzas de Chávez y crítico de Maduro.
– “Marxista”, “cristiano” y “bolivariano” –
Si bien es intransigente en su discurso “antiyanqui”, Maduro ha sabido negociar con Washington. Obtuvo el levantamiento parcial de sanciones -hoy en riesgo por la inhabilitación de Machado- a cambio de liberar “presos políticos”, incluidos estadounidenses.
Consiguió que Estados Unidos excarcelara a dos sobrinos de su esposa condenados por narcotráfico, y al empresario Alex Saab, acusado de ser su testaferro y enjuiciado en Florida por lavado de dinero.
Lejos del ateísmo que por definición acompaña al marxismo, Maduro buscó acercamientos religiosos, sobre todo con la Iglesia evangélica, que maneja un valioso bloque electoral.
“¡No han podido conmigo ni con ustedes porque Cristo está con nosotros”, ha dicho el presidente, que se define como “marxista”, “cristiano” y “bolivariano”.
“¡Soy el primer presidente chavista y nadie me quita lo baila’o”.