Al dictar una conferencia en la Academia Dominicana de la Historia, el investigador Antonino Vidal Ortega explicó cómo operaba el “imperio de filibusteros” y cómo se expresó el corso en la zona del Caribe.
Sostuvo que durante el siglo XVI, sobre todo en la primera mitad, el Caribe occidental se convirtió en un espacio nuclear de la conquista de las nuevas posesiones ultramarinas del imperio español, pero que a medida que languidecía el siglo XVI España fue perdiendo su primacía en él mar y éste se fue convirtiendo en una especie de “imperio de filibusteros”.
El historiador, que labora en el Centro de Estudios Caribeños de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), enfatizó que esta hermandad de filibusteros tuvo su punto de lanza en la isla Tortuga, y a lo largo del siglo XVII, de manera negociada a las políticas del imperio el británico, en Port Royal, Jamaica.
Mientras exponía sobre “Los hombres del mar. Una cofradía de marinos en el Caribe occidental a finales del siglo XVIII”, Vidal Ortega dijo que ese “enorme comercio directo, imposible de controlar por la real armada española, dejó por fuera a los españoles y obligó a las autoridades costeras a otorgar numerosas patentes de corsos para contra restar y combatir el comercio de los europeos.
Afirmó que en este momento el corso se vio ennoblecido y elevado a la categoría de actividad auxiliar de la marina real.
Indicó que el corso español, como ha explicado el historiador Manuel Lucena Salmoral, fue defensivo a diferencia del corso practicado por los otros europeos contra las posesiones españolas que fue ofensivo.
Manifestó que la posesión de las Indias emanó de una donación papal que legitimaba que cualquier participación extranjera en este comercio se entendiera como una violación del monopolio y un robo a los súbditos americanos.
Aseguró que un corsario era un hombre de mar y de guerra, que bajo la protección de una patente de corso expedida por el rey o las autoridades reales, atacaba, saqueaba o tomaba como presa cualquier barco enemigo, en una guerra en la cual estaba involucrado su monarca.
Ortega Vidal expresó que, en cambio, un pirata no contaba con la protección real y actuaba fuera de la ley contra todos los barcos y personas, a menudo contra su propia nación.
Afirmó que, por tanto, la actividad marítima de los corsarios se entendió como una acción justiciera, amparada en el derecho a represalia por el hurto a los propietarios legítimos.
“Los corsos asociados a la Corona española se abstuvieron de atacar puertos o dominios extranjeros en los mares británicos, franceses y holandeses y solo operaron en los territorios pertenecientes al rey, en realidad, fueron un brazo auxiliar de la marina real y lograron tener incluso fuero de esta”, dijo.