Tienen 20, 50, 70 años. Algunos conocieron el yugo de Sadam Husein, otros crecieron en pleno conflicto. Dos décadas después de la invasión de su país, liderada por Estados Unidos, los iraquíes cuentan los dolorosos recuerdos de la dictadura y los años de violencia.
– “El miedo no lleva a ninguna parte” –
A sus 77 años, Hanaa Edouard, feminista y activista de los derechos humanos, simboliza décadas de lucha por la democracia, en un país donde la invasión de Estados Unidos de 2003 contra Sadam Husein abrió una de las páginas más sangrientas de su historia.
Cristiana y exmilitante comunista, su activismo contra el régimen de Husein la llevará al exilio: Berlín Este, Damasco y el Kurdistán autónomo, en el norte de Irak.
Tras la invasión de 2003, volver a Bagdad era un “sueño”. Pronto llega la decepción, al ver los tanques estadounidenses en las calles y las privaciones tras una década de embargo occidental.
En un país golpeado por una guerra de confesiones, donde militantes y responsables siguen siendo víctimas de secuestros y asesinatos, Edouard continúa trabajando con su oenegé Al Amal, creada en los años 1990 para “construir una sociedad civil independiente y levantar un Irak democrático”.
Entre sus victorias figura la adopción de una cuota para las mujeres en el Parlamento. “Un momento histórico”, recuerda.
“El miedo no lleva a ninguna parte”, dice.
Edouard aplaude las manifestaciones contra el régimen en 2019, pero no se hace ilusiones: “No hay democracia en Irak”.
– “Mártires sacrificados” –
Zulfokar Hassan, de 22 años, se acuerda cuando, en 2007, su madre, embarazada, lo despierta en plena noche para refugiarse en el baño, por miedo a un ataque estadounidense contra combatientes chiitas en su barrio de Bagdad.
“Las casas a nuestro alrededor se derrumbaban”, explica este estudiante en caligrafía, en referencia a los disparos del 6 de septiembre de 2007 efectuados por helicópteros y tanques estadounidenses, que mataron a 14 civiles en la zona de Al Washash.
Al día siguiente, Zulfokar, entonces de siete años, sube a la terraza donde la familia solía dormir en verano: “Había esquirlas de obús, nuestros colchones estaban quemados”.
Este joven cuenta esta experiencia, compartida por toda una generación que creció con la guerra, entre coches bomba y cadáveres en el camino a la escuela.
“Estuvimos aterrorizados toda nuestra infancia”, resume. “Teníamos miedo de ir al baño por la noche. Nadie dormía solo en una habitación”.
Zulfokar participó en 2019 en las protestas, reprimidas de forma sangrienta, que denunciaban la corrupción, el deterioro de las infraestructuras y el desempleo de los jóvenes.
“Dejé de ir”, cuenta. “Perdí la esperanza, veía a jóvenes como yo morir, y no podíamos hacer nada”.
“Se sacrificaron mártires, sin resultado ni cambio”, insiste.
– “Caos doloroso” –
Madre de tres hijos, Suad Al Jawhari, de 53 años, creció durante la guerra Irán-Irak en los años 1980 y lanzó un equipo de ciclismo de mujeres y niños para traer un poco de la alegría que ella no tuvo de pequeña.
“Vivimos nuestra infancia en las guerras, no pudimos aprovechar”, confía.
Kurda chiita, recuerda cómo amigos y vecinos fueron deportados durante los peores momentos de la represión contra los opositores del régimen.
Vivió la caída de Sadam desde Irán, donde su familia se refugió. En 2009 regresa a Irak y opta por quedarse “sean cuales sean las circunstancias”.
En 2017 se deja ver en público en bicicleta. “Tenía miedo de la mirada de la sociedad”, admite. Pero decide crear un equipo de ciclismo de aficionados.
“Nuestras vidas estuvieron marcadas por 20 años de caos doloroso, no hay ninguna compensación a esto”, abunda.
– “Líneas rojas” –
En 2003, Alan Zangana tenía 12 años. “Nos quedamos hasta la madrugada para seguir los eventos” en la televisión desde la región autónoma del Kurdistán, explica.
“Cuando la estatua cayó, el 9 de abril de 2003, entonces lo creímos”, dice este kurdo de 32 años, en alusión a las famosas imágenes en las que soldados estadounidenses derriban el monumento del dictador en Bagdad.
Zangana produce desde hace tres años un pódcast sobre actualidad e historia, y da voz a los que no suelen hablar.
“La élite iraquí está encerrada en sí misma, por miedo a los acontecimientos de estos 20 últimos años”, dice. “Están los que han visto morir a sus amigos, los que están amenazados”.
El camino es todavía largo, reconoce: “Quedan muchas líneas rojas, y no es sano”.
lk/tgg/sg/bfi/lpa/es/avl
© Agence France-Presse