“Presidente de la República de El Salvador, Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Comandante General de las Fuerzas Armadas”. Así se presenta Nayib Bukele en Twitter, su despacho virtual. Allí toma, comunica y ejecuta sus decisiones.
No hace falta estudiar psicología para encontrar en esa acumulación de títulos y atribuciones una necesidad de demostrar autoridad. Todos los presidentes latinoamericanos son, al mismo tiempo, jefes de Estado y de Gobierno, y comandantes de sus fuerzas militares, pero ningún otro siente la necesidad de aclararlo. Se sabe que van de la mano del cargo.
“Voy a decir algo que hace mucho tiempo debió haber sido dicho: ahora el poder está en sus manos, en las manos de todos”, dijo Bukele el 1 de junio, después de jurar. Su primer tuit como mandatario en funciones fue una foto suya de espaldas a la cámara, con la banda presidencial puesta y un aire casi épico.
Esa misma noche estrenó una fórmula que repetiría hasta el cansancio: tuits que comienzan con “Se ordena…” y concluyen con alguna disposición. Lo que el Poder Ejecutivo hace habitualmente a través de decretos y resoluciones administrativas, sólo que por Twitter, sin pasar por ningún canal institucional.
“Se ordena a la @FUERZARMADASV (cuenta oficial de la Fuerza Armada de El Salvador) retirar de inmediato el nombre del Coronel Domingo Monterrosa, del Cuartel de la Tercera Brigada de Infantería, en San Miguel”, fue lo que publicó Bukele. Lo que vino después fue una larga serie de retuits a personas que lo felicitaban por su decisión.
“En los primeros días de su gobierno se ha instalado una política del espectáculo que, al exponer situaciones del pasado reciente enfrentadas con la ética y posiblemente con la ley, somete también de forma indistinta e irresponsable el honor y dignidad de muchas personas a una especie de escarnio público. Se trata de un debut en el ejercicio del poder presidencial que no sólo exhibe un alto nivel de arbitrariedad, sino que también riñe con la institucionalidad y el respeto a legalidad del país”, dijo a Infobae el filósofo Carlos G. Ramos, investigador académico de la FLACSO en El Salvador.
Casi todas las resoluciones de los días siguientes apuntaron en la misma dirección: separar de su cargo a funcionarios vinculados con el gobierno anterior, del FMLN. Por ejemplo, el 5 de junio tuiteó: “Se le ordena a la Ministra de Relaciones Exteriores @CancillerAleHT, remover de su cargo en la Dirección General de Desarrollo Social, a Dolores Iveth Sánchez, hija del ex Presidente Sánchez Cerén. No contrate reemplazo, pase su salario de $2,645.64 a ahorro institucional”. Esta dinámica lleva a los ministros a tener que responder por el mismo medio. “Su orden será cumplida de inmediato Presidente”, contestó la canciller Alexandra Hill Tinoco.
Se trata de un debut en el ejercicio del poder presidencial que no sólo exhibe un alto nivel de arbitrariedad, sino que también riñe con la institucionalidad y el respeto a legalidad del país
“Esto tiene la intencionalidad de terminar de hundir al FMLN, con vistas a los próximos procesos electorales. Por otra parte, bajo el pretexto de combatir el nepotismo, lo cual no se cuestiona, se han suprimido varias secretarías de la presidencia y se han cometido violaciones a los derechos laborales de cientos de empleados públicos, la mayoría sin militar en un partido político, al despedirlos sin el debido proceso que ordena la ley. Lo llamativo es que hasta ahora no ha enfilado sus críticas y despidos hacia ex funcionarios de ARENA, lo cual es congruente con el aparente viraje hacia la derecha que está tomando su gobierno, como puede apreciarse en la composición de su gabinete, así como en las acciones que está realizando”, explicó Héctor Samour, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Centroamericana de San Salvador, en diálogo con Infobae.
Las desviaciones sobre el normal funcionamiento de una democracia institucionalizada son múltiples. Por un lado, el despido de un funcionario debería seguir un determinado procedimiento para ser válido y no ser una completa arbitrariedad. Hasta tal punto prima el desorden en el método Bukele que en más de una oportunidad se ha equivocado.
“Se le ordena al presidente de CEL, @wdgranadino, remover de su cargo a José Roberto Peña, encargado de energías renovables, hermano de Lorena Peña”, escribió en otra ocasión. Pero la ex diputada del FMLN lo desmintió. “Todos mis hermanos fueron asesinados por la dictadura militar. ¡Respete! ¡Y deje de mentir!”, replicó.
Por otro lado, detrás de estos tuits asoma la idea de construir una imagen de Bukele como un mandatario omnipresente y superpoderoso. Que por eso se permite también hacer cosas insólitas. “Se les ordena a todos darle like y así ser el Presidente de Twitter”, publicó el 7 de junio, citando un tuit de la revista Aquí Lo Miré. “Oficialmente soy el Presidente más cool del mundo”, había tuiteado una hora antes, compartiendo un video del youtuber Jacobo Wong. Y luego llegó al absurdo de escribirles a sus seguidores “se les ordena que vayan a dormir“.
“La consecuencia política de esta forma de gobernar —continuó Samour— es que se fomente el autoritarismo, la transgresión de las leyes y la vulneración del Estado de derecho, sobre todo en un contexto en el que los otros órganos del Estado aparentemente no hacen el suficiente contrapeso al Ejecutivo, y los principales partidos de oposición están sumidos en una profunda crisis de identidad”.
El uso de las redes sociales como vía de comunicación preferencial es compartido por mandatarios de todo el mundo. Pero hasta Donald Trump y Jair Bolsonaro, que son quienes las emplean de modo más extremo, conceden entrevistas y conferencias de prensa de tanto en tanto. Bukele, que no debatió con sus rivales durante la campaña electoral, aún no se ha dejado entrevistar desde que asumió y en su única rueda de prensa apenas aceptó dos preguntas.
“Está tratando de diferenciarse de sus predecesores usando una estrategia mediática que le funciona muy bien. Se siente cómodo en las redes sociales, y es consciente de que su campaña digital ha jugado un papel muy importante en el crecimiento de su proyecto político, que es Nuevas Ideas. Creo que en este momento busca mandar un mensaje contundente de su poder como presidente, y dejar claro que va a cumplir sus promesas de campaña de sacar a los acusados de corrupción del gobierno. Pero, a pesar del impacto de sus tuitazos, Bukele y su equipo saben de las limitaciones de una estrategia puramente mediática. Temo que su campaña para diferenciarse dañe a largo plazo la reputación de instituciones que tanto le ha costado al país construir desde la guerra civil”, dijo a Infobae Sofía Martínez, consultora independiente en temas de violencia, migraciones y corrupción en Centroamérica.
Lo paradójico es que con un estilo millennial, que ofrece un contraste casi absoluto con los políticos tradicionales, está reproduciendo una forma personalista y verticalista de ejercer el poder, propia de los viejos caudillos políticos latinoamericanos.
“El liderazgo del actual presidente —dijo Ramos— tiene mucho de nuevo en sus medios para comunicar, en los códigos de lenguaje de su laxa narrativa política, en los eslóganes simples que acompañan su marca personal y en la forma de hacer política del espectáculo. Pero tiene también mucho de viejo en lo carente de argumentos de su discurso, en la comodidad con que asume el culto a su personalidad, en la poca competencia para dialogar y convivir con la crítica y con los críticos, en su constante descalificación de los adversarios y, especialmente, en lo que parece ser una escasa preocupación por el cumplimiento escrupuloso de la ley”.
Entre la expectativa de cambio y el temor a una regresión
Un estudio mundial de la firma Consulta Mitofsky informó esta semana que Bukele es el presidente más popular de América, con un 71% de aprobación. No llama la atención. Su estrategia de comunicación directa y permanente lo muestra como un mandatario que trabaja las 24 horas, que exige resultados inmediatos a sus ministros y que combate “a los corruptos”, como pretende demostrar con sus despidos masivos a funcionarios del gobierno anterior.
“La estrategia del uso del Twitter por parte del Presidente busca dotar de un halo de efectividad y capacidad ejecutiva a su gestión —dijo Samour—, al dar órdenes directamente a sus ministros y a otros funcionarios, que responden inmediatamente por el mismo medio, obedeciendo sin objetar. Son instrucciones a veces solicitándoles una acción para resolver un problema específico de una comunidad, o a veces para pedirles que diseñen un plan para resolver problemas más complejos, como, por ejemplo, un plan de reforestación para todo el país, en un plazo de 10 días. El efecto que persigue es mostrar que está gobernando con rapidez para resolver los problemas y mantener así las altas cotas de popularidad”.
La consecuencia política de esta forma de gobernar es que se fomente el autoritarismo, la transgresión de las leyes y la vulneración del Estado de derecho
La opinión pública salvadoreña estaba hastiada de un bipartidismo estéril, con un partido conservador como ARENA, incapaz ofrecer estabilidad económica y seguridad, y una fuerza de izquierda como el FMLN, que no cumplió sus promesas de mayor bienestar e igualdad. La demanda por un cambio era generalizada y Bukele es un emergente de eso. No necesitó hacer grandes promesas para ganar. Le bastó —y le basta por ahora— con mostrarse muy diferente de lo que había.
“La modernización jurídica institucional diseñada en los 90 para dar soporte al régimen democrático no necesariamente tuvo un correlato en la transformación de la cultura política, ni de las élites ni de la población. Sobreviven vestigios autoritarios, que conviven y disputan cuotas de poder con los actores y dinámicas democratizadoras. Por otro lado, la corrupción y la oscuridad en el actuar de los partidos políticos y los funcionarios de gobierno han conducido a que amplios sectores sociales estén predispuestos a aceptar formas de autoritarismo, arbitrariedades personalistas y populismos del signo que sean, para menguar el hartazgo con la política y con los políticos que produjeron la guerra de los 80 y el post conflicto de los 90″, sostuvo Ramos.
El problema es que sin un plan de gobierno consistente, y sin la capacidad de gestión para llevarlo a cabo, será difícil que Bukele pueda hacer frente a los innumerables desafíos que tiene por delante. El Salvador tiene la mayor tasa de homicidios del mundo, un Estado con serias debilidades, una economía muy precaria y millones de personas en la más absoluta pobreza, un combo que lleva a miles a emigrar todos los años.
El Presidente tiene bastante experiencia en el mundo del marketing, pero no tanta en el de la administración pública. Hasta 2011 era un joven empresario que estaba al frente de la compañía publicitaria que heredó de su padre. En 2012 se presentó a sus primeras elecciones y ganó la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, un municipio que no llega a los 8.000 habitantes. Lo curioso es que, a pesar de mostrarse como el rostro de la renovación, lo hizo como candidato del FMLN.
En 2015 volvió a ser postulante del partido, pero para un cargo de mayor envergadura, la alcaldía de la capital del país, San Salvador. Entonces empezaron a verse algunos rasgos controversiales de su liderazgo. El FMLN lo acusó de ser autoritario y lo echó del partido luego de que Xochilt Marchelli, síndica de San Salvador, lo denunciara por violencia física y verbal durante una sesión del consejo capitalino. “Me dijo ‘sos una maldita traidora, bruja’, y me arrojó una manzana”, aseguró Marchelli.
Trató de crear su propio partido con la aspiración de competir por la presidencia en 2019. Pero, como no llegaba a cumplir con los plazos legales, anotó su postulación en la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), un desprendimiento de ARENA muy cuestionado por la falta de transparencia de muchos de sus dirigentes, como el ex presidente Elías Antonio Saca (2004 — 2009), que fue arrestado en 2016 por corrupción.
“Cuando fue alcalde de San Salvador y miembro del FMLN —dijo Martínez—, vimos a un Bukele carismático, joven, dispuesto a apostar por nuevas formas de hacer política y de enfrentar el principal problema del país, que es la violencia de las pandillas. A la vez, el Bukele que conocemos hasta ahora es alguien muy mediático, polémico, y sin mucho interés por lograr consensos. Todas esas son cualidades que a priori no tendrían por qué ser negativas para un líder joven como él. La clave está en la medida en que las utilice en su papel como presidente. El tiempo nos dará la respuesta”.
Bukele acaba de cumplir 15 días en el poder, así que es demasiado pronto para emitir juicios definitivos. La voracidad y la discrecionalidad con las que está actuando preocupan a quienes conocen los peligros de un Poder Ejecutivo desbocado en sociedades de instituciones frágiles. Pero aún está a tiempo de moderarse y de probar que realmente busca consolidar la democracia.
“El nuevo presidente de El Salvador se encuentra ante una excepcional oportunidad de transformar la dinámica política del país y de refrescar las maneras de encarar los graves problemas que hay. Su particular forma de relacionarse con la población puede contribuir positivamente en este sentido. Sin embargo, fortalecer y consolidar nuevos escenarios de desarrollo social y democrático es un desafío que exigirá, más temprano que tarde, que se abra a múltiples frecuencias de diálogo social y a concertaciones nacionales y regionales que le permitan hacer la diferencia. Antes de que su actual tendencia a un estilo autocrático lleve a hacer de este gobierno una forma de autoritarismo de generación 3.0″, concluyó Ramos.
Fuente: Infobae