Puerto Príncipe, Haití | Bajo las ráfagas, miles de haitianos que en ocasiones no llevan consigo más que la ropa que traen puesta, huyen de un barrio en el norte de Puerto Príncipe, teatro de una guerra de pandillas, sin la esperanza de poder librarse de la inseguridad más que yéndose del país.
“Durante ocho días, las ráfagas no dejaban de retumbar, pero pensábamos que la policía iba a intervenir”, recuerda Jackson.
Hace varias décadas que las bandas armadas operan en el barrio más pobre de Puerto Príncipe, pero en los últimos años han acrecentado drásticamente su dominio sobre la capital y el país en general, multiplicando asesinatos y secuestros.
La mañana del 24 de abril, dos pandillas rivales comenzaron a enfrentarse para obtener el control de los barrios periféricos de la capital haitiana.
Pese a les tensiones, el joven de 29 años no pensó que debería dejar a toda velocidad el lugar donde vivía desde que nació.
Volvía apenas de la Iglesia, el domingo pasado, cuando su vida dio un giro.
“No sabía que los miembros de la pandilla ‘400 Mawozo’ habían logrado franquear el puente” hacia el lado de la casa, narra Jackson.
“Correr lo más lejos posible”
“De repente escuché a los vecinos gritar ‘están en el cruce de Shada’, eso quiere decir que estaban a 30, 40 metros de mi casa. Tenía mi tarjeta de identidad, mi permiso y mi tarjeta de seguro conmigo. Tomé mi pasaporte y salí corriendo”, cuenta con un tono acelerado.
Entonces corrió “lo más lejos posible, sin un destino”, huyendo de la rabia de los jóvenes armados que buscaban a los civiles del barrio.
“Acusaron a choferes de mototaxis, estacionados en la gasolinera de la esquina, de ser vigías para la pandilla ‘Chen Mechan’, así que les dispararon”, recuerda el joven que atravesó el lugar poco después del tiroteo.
Una vez lejos de los disparos, pudo contactar a su madre y dos de sus hermanos: aterrorizados, cada uno huyó por su lado.
“Nos encontramos y llamamos a un amigo que vivía en la zona para pasar con él la primera noche”.
Rebecca (nombre ficticio) vivía a unos cientos de metros de la familia Jackson y también esperó junto con su familia varios días antes de huir.
La partida se había vuelto inevitable porque “ya no había tiendas abiertas, no se hallaba agua potable”.
“La víspera de nuestra huida, en la noche, me preguntaba si me salvaría, de lo fuerte que disparaban las pandillas: tenía la impresión de que estaban atrás de nuestra casa”, rememora la joven.
Resignada a salir, la familia de seis personas, entre ellas tres niños, tuvo el tiempo de reflexionar adónde ir, pero sin un familiar que los pudiera acoger tuvieron que separarse en tres grupos.
“Mi madre pudo construir nuestra casa con el sudor de su frente. Lloró mucho, todos lloramos mientras huíamos”, confiesa Rebecca, que piensa en los perros que se quedaron en el patio.
“Les dejé agua antes de irme. Espero que podamos volver antes de que mueran de hambre o de sed”, agrega.
Al igual que esas dos familias, más de 9.000 personas han huido del barrio de la capital haitiana, pero algunos habitantes no han tenido esa suerte.
“Hasta ahora, algunas personas enfermas se quedaron en la zona: hay diabéticos o una persona a la que le amputaron la pierna tras el terremoto de 2010”, alerta Jackson. “Mi suerte ese día fue tener la posibilidad de correr y hallar a mi familia, pero ¿y esa gente?”, pregunta.
Migrar para sobrevivir
Recibido por un amigo en otro barrio de la ciudad, oscila entre rabia, frustración y preocupación.
“Ayer fue en Martissant y Village de Dieu”, recuerda Jackson al evocar el barrio oeste de Puerto Príncipe, totalmente bajo control de las pandillas desde junio de 2021.
“Hoy es acá. Mañana será finalmente todo Haití”, se lamenta este joven empleado en una institución financiera.
Refugiada en un barrio central de la capital, Rebecca dice lo mismo.
“No estoy segura de estar segura aquí: todo el país está en peligro”, señala.
“Nunca he sido alguien que pensara que salir al extranjero es la solución, pero ahora es lo único que tengo en la cabeza: encontrar un sitio para salvar nuestras vidas y eso no existe en ningún lugar en Haití”, dice con la voz quebrada por la tristeza.