La antropóloga Kattya Núñez convivió con integrantes de las dos bandas y realizó una radiografía de su día a día en la capital.
Kattya Núñez se sentaba día tras día en un banco de varios parques del barrio madrileño de Villaverde para observar a esos chicos con ropas anchas y cadenas al cuello.
Ellos, poco amigos de los curiosos y desconocidos, la miraban con recelo. Al final, el encuentro se produjo en las canchas. Núñez, antropóloga dominicana de 53 años, encontró la llave que le daba acceso a los Trinitarios y los Dominican Don’t Play (DDP), dos bandas callejeras que llegaron a Madrid a principios de los 2000.
En cinco años e innumerables charlas, la investigadora consiguió dibujar en su tesis una radiografía única del funcionamiento interno de estas agrupaciones en la ciudad.
El que organizaba los partidos en los parques le fue presentando a los miembros. Muy pocos superan los 30 años. De esta manera se adentró en ambas organizaciones, aunque los líderes siempre mostraron un punto mayor de cautela. En un paseo por los parques de Villaverde es fácil ver a grupos de jóvenes pasando el rato sentados en las mesas. No todos son pandilleros. En su origen, los integrantes se distinguían por lucir los colores de la bandera dominicana. “Ahora ya casi nunca llevan distintivos, porque saben que es más fácil que la policía los pare e identifique. A simple vista no sabes quiénes son miembros y quiénes no”, explica Núñez.
La primera vez que Núñez se sentó en uno de estos bancos fue en 2015 y en este tiempo, la experta ha podido ver la evolución de estos grupos. “Cada vez entran más jóvenes y a ellos les da igual la nacionalidad para aceptarte como integrante”, apunta la antropóloga, quien bromea con que al principio los miembros de las bandas no se creían que Núñez fuera dominicana, porque “era muy blanquita”.
El distrito de Villaverde fue hace unos años un territorio disputado por los DDP y los Trinitarios. “Más o menos este era el límite que les separaba”, cuenta apuntado a la avenida de Andalucía como la frontera imaginaria entre estas dos bandas rivales. Ahora, explica, la mayoría de los Trinitarios se han instalado en Usera.
El director de su tesis fue Carles Feixa, líder de Transgang, un proyecto de la Universidad Pompeu Fabra que persigue explorar otras vías para abordar las bandas más allá de las actuaciones policiales. “Estas organizaciones son el resultado de la marginación, de la falta de trabajo, de un sentimiento de identidad”, resume Feixa al teléfono desde Barcelona. Núñez forma parte de Transgang en la investigación de campo en Madrid.
La organización estudia casos de éxito como el de la Comuna 13 de Medellín (Colombia), cuna de Pablo Escobar, donde una serie de actuaciones municipales y civiles logró convertir uno de los barrios más peligrosos en un punto de visita obligada de los turistas, donde los propios chavales que hace tiempo eran pasto de la criminalidad ahora hacen visitas guiadas para explicar el pasado violento del barrio y el futuro esperanzador que ahora les espera.
El propio Feixa dio algunos pasos en este sentido, gracias a un proyecto financiado por el Ayuntamiento de Barcelona en 2005, bajo cuyo paraguas los Latin King y los Ñetas formaron dos asociaciones culturales. “Las bandas no van a desaparecer, así que hay que abordar otros enfoques”, señala el experto.A ellos les encanta sentir que alguien les escucha y les toma en cuenta
La investigadora ha mantenido durante todo este tiempo unas códigos férreos para trabajar y no perder la confianza de sus interlocutores. Una de las normas no escritas era la de no hablar con los miembros de una banda sobre los integrantes de la rival. También les enseñaba a menudo las transcripciones de sus conversaciones.
“A ellos les encanta sentir que alguien les escucha y les toma en cuenta”, puntualiza la experta. La mochila de muchos de ellos está llena de los mismos recuerdos: llegaron a España a principios de siglo gracias al reagrupamiento familiar, sufrieron marginación en el colegio y buscaron el refugio en las bandas. Muchos de ellos se mostraban ávidos de relatar unas experiencias que muy pocas veces son contadas.
Núñez se ganó tanto su confianza que la llaman “profe”. Le explicaron la historia detrás de las vendettas que habitualmente recogían los medios de comunicación con los pocos datos que facilita la policía, las luchas por los territorios, las historias de los líderes (que ellos llaman supremos) y cómo operan los jefes de los capítulos (barrios). Los mandamases cuentan con un ángel, una especie de mano derecha de su total confianza.
Dentro de la jerarquía, le detallaron que uno de los miembros de la cúpula a los que ellos llaman “tercera” es el encargado de administrar la disciplina, dar permiso a los miembros para que se cambien de barrio y decidir los castigos. Los más jóvenes, o manitos, suelen responsabilizarse de los delitos más serios, “porque se considera que, al ser menores, las condenas serán más bajas”, resume Núñez en su tesis.
Las mujeres, que generalmente son irrelevantes en estos grupos, fueron fundamentales en la investigación, porque “hablan mucho más, a los chicos había que sacarles las palabras”. En los DDP existe la figura de “la dama”, una chica en la que confían, tiene acceso a información y no es necesariamente pareja de un líder.
Para su trabajo, Núñez viajó hasta su país natal, República Dominicana, y a Nueva York, la ciudad en la que nacieron estas dos bandas. Allí se entrevistó con Jey Ci, uno de los fundadores de los Trinitarios, que actualmente se encuentra en prisión. Este líder escribió una carta a los miembros de la banda en Madrid a través de la investigadora.
“Ellos se integran en las organizaciones con la noción de que el otro es el enemigo, pero no saben ni por qué”, indica Núñez. El germen de un enfrentamiento entre estas bandas suele ser el territorio, aunque hay otros, como recoge en su trabajo: “Otro motivo de pelea puede ser porque alguien de una agrupación rival enamore a la novia o pareja de un líder”.
En el paseo por Villaverde y cuando el fotógrafo toma unas imágenes de la antropóloga frente a unos grafitis en los que se puede leer el nombre de un barrio de Santo Domingo, las miradas de los vecinos se dirigen hacia los extraños. A ella no le resulta raro, sabe que en esta comunidad les cuesta confiar, ella misma tuvo que ir muy poco a poco. “Una vez que me conocieron y que entendieron mi trabajo, me abrieron literalmente las puertas de sus casas. Yo hacía en ellas las entrevistas, me permitieron incluso ir a sus fiestas de cumpleaños”, señala. Con muchos de ellos entablaba relación, ayudándoles a hacer el currículum o enseñándoles cómo buscar empleo.
Salir de las bandas
También conoció la vida de aquellos que ya han dejado atrás estas organizaciones, o al menos la primera línea. Como Nina (nombre ficticio), una chica española que se involucró con los DDP a los 13 años. Esta mujer llegó a ser líder de un grupo femenino y pareja de uno de los jefes de esta banda. Las mujeres no son miembros de pleno derecho de estos grupos. “Para mí eran una familia, me sentía respaldada, muchos buscamos aquí lo que no encontramos en casa”, le confesó Nina. Esta informante le relató que las chicas también participaban en las peleas con machetes. “Fue una época inconsciente, no volvería a hacerlo”, le reconoció también.
Ahora, Nina no es parte activa de la organización. “Se puede salir de la banda, yo conozco a chicos que han dejado de correr (cuando abandonan la primera línea) y no les ha pasado nada. En cierto modo entienden que haya un momento en el que tengas cargas familiares u otros motivos por los que quieres cambiar de vida”, explica Núñez.En España las bandas nunca van a ser un problema como lo han sido en otros países
Desde su experiencia, la especialista trata de ir más allá de los incidentes violentos que saltan a los titulares: “En España las bandas nunca van a ser un problema como lo han sido en otros países. No manejan ni de lejos esas cantidades de droga, ni son tan violentas, ni tenemos los niveles de pobreza de un país como República Dominicana. Aquí hay recursos a los que pueden acudir”, afirma la experta.
En el recorrido por el barrio pasa por la pista de baloncesto en la que comenzó a trabar relación con sus objetos de estudio. De muchos de ellos ahora habla con verdadero cariño. “He visto a chavales con mucho potencial…”, admite. Ahora las canchas están vacías. Kattya Núñez recoge una reflexión que le hizo Nina en una entrevista: “Los educadores sociales tienen un papel, que los más pequeños no se integren en la violencia, que tengan otras opciones de ocio y formación. Con los mayores… es casi imposible”.
Fuente: El País